Dibujar, en una línea y media, el vuelo de un pájaro

Josep Pla, en Notes del capvesprol (1979), una miscelánea de madurez en la que encontramos reflexiones sobre casi todo lo que le interesaba, desde Catalunya y su gente hasta los más variados aspectos culturales, reivindica una escritura ligada a la observación, que considera muy difícil porque requiere mucha precisión, mientras que rechaza la basada en la imaginación, para él mucho más intrascendente e inocua. Esta es una convicción que ya le conocíamos de obras anteriores, lo que pasa es que no nos dice mucho, y eso no se le podía escapar a Pla, que siempre fue muy consciente tanto de lo que se trata de expresar (la literatura) como de la manera de hacerlo (el objeto de la crítica literaria). Y el argumento aún es más insuficiente si lo que queremos caracterizar es su obra narrativa. Más conocido como periodista y memorialista, también escribió cuatro novelas y dos docenas de cuentos. Para hablar de esta parte de su obra no podemos obviar su apuesta por la literatura observacional, pero si se quiere aportar algo nuevo, hay que explicar qué era lo que le costaba tanto a la hora de escribir y cómo conseguía salir adelante, lo que nos llevará a localizar su estilo y a ver cómo lo aplicaba en las diferentes facetas de su obra.

Las gafas del observador. En el prólogo que escribió para la novela Carrer estret (1951), Pla advierte que ésta no refleja ningún argumento trabado, precisamente porque la vida es una secreción informe y caótica de imágenes y en ella no se produce nada semejante a un argumento. Previamente, también explica que él utiliza, en su narrativa, la idea del espejo, es decir, hace pasar un espejo por un determinado lugar y nos describe lo que ve. En Carrer estret un joven veterinario nos explica cómo es la vida en el pueblo al que ha sido destinado. Encontramos en la novela descripciones del urbanismo de la población, de las clases sociales que la conforman y de las vidas de los vecinos de la calle donde se instala. Este carácter descriptivo también prepondera en las otras novelas y cuentos de Pla, estén escritos en primera persona, como es el caso de Carrer estret, L’herència (1981) o El campanaret (1987) o a través del narrador omnisciente de Nocturn de primavera (1953) y de algún cuento. En estas obras no sólo el hilo argumental es muy fino, tampoco encontramos personajes o conflictos dramáticos. Constituyen un abanico de escenas costumbristas en donde todo es rutinario y trivial. En primer lugar, aparece el típico paisaje mediterráneo catalán, que es pequeño y fácil de describir y que a Pla le sirve para enmarcar las historias. Al respecto, hay que recordar la perplejidad que le ocasionó la estepa rusa, de la que dijo que era inacabable (Notícies de Rússia, un viatge a l’URSS, 1925), y que incluso rehuía el mar porque tiene algo de inalcanzable. Por contraposición, el esplendor de aquella montaña o de aquel valle del país sólo nos dice una cosa: todo es banal y uniforme. Pero eso no quiere decir que el paisaje mediterráneo que describe no tenga ningún valor. Cuando el veterinario de El carrer estret o el heredero de L’herència llegan a su nuevo destino, la visión del paisaje les sirve para mitigar el estremecimiento que representa este viaje en sus vidas. Es como si el paisaje les ayudase a restablecer el orden perturbado, porque es regular e inmutable frente a los conflictos humanos.


A continuación, se ocupa del paisaje humano, del que encontramos descripciones del orden social y retratos de personas concretas. Pla dejó escrito que tenía el objetivo de escribir una serie de libros sobre la gente de Catalunya. Los quería dividir en tres partes: un libro sobre los campesinos, un libro sobre los tenderos y otro sobre la burguesía. El carrer estret y El campanaret son las novelas que ambientó en poblaciones rurales, mientras que en L’herència y Nocturn de primavera conocemos ciudades medias y sobre todo tenderos. No llegó a tiempo de escribir una gran novela sobre una ciudad industrial, aunque tenemos Girona (un llibre de records) (1952), y El quadern gris (1966) es, entre muchas otras cosas, un relato disperso de Barcelona. En cualquier caso, en aquellas novelas Pla describe cómo viven los campesinos y los burgueses, y parece que ese hubiera sido el momento de introducir una perspectiva notoria. Pero sabe muy bien que no es un sociólogo. Por ello, en lugar de recurrir a las estadísticas, cuando habla sobre los campesinos quiere que se huela la tierra, igual que cuando habla de los pequeños burgueses quiere que se olfateé el aroma que desprenden las croquetas de espinacas que éstos ofrecen en las fiestas a sus invitados. Nocturn de primavera empieza con una fiesta celebrada en una casa pequeño burguesa de Fontclara, la ciudad en la que están ambientadas esta novela y L’herència. Pla dedica sendos capítulos a describir a los anfitriones, que son banqueros, y a los invitados, ora un juez, ora un médico, un registrador de la propiedad o el párroco. Las descripciones físicas son realistas y claras, pero también contienen muchas trazas personales, presentadas a través de adjetivos muy potentes, lo que significa que hay un espejo, pero también unas gafas que filtran la realidad. Pero eso no es todo, junto a la descripción de la naturaleza y de las personas, Pla también introduce anécdotas de los personajes que dan cuenta de su psicología, los motivos por los que, por ejemplo, el reverendo exhala un suspiro «cavernoso y sordo» cuando ve el registrador de la propiedad. Finalmente, también introduce comentarios de tipo moral, como cuando comenta que la vida de los pueblos puede ayudar a crear un buen ambiente de trabajo, aunque las tradiciones a las que se ven sometidos comportan ciertas trabas que impiden mayor una comodidad; y no duda en introducir en el relato digresiones sobre la envidia, la hipocresía o el chisme que caracterizan a muchos catalanes; incluso se perfila como un filósofo audaz cuando duda del carácter racional de la conducta humana. Estos comentarios están presentados a través de una ironía distanciadora, que es la táctica que utiliza Pla para rehuir, una vez más, del heroísmo, aunque no puede evitar que lo conviertan en un moralista en el sentido clásico del término, es decir, aquél que señala alguna burrada con la esperanza de que eso sirva para mejorarla.

La poética de la adjetivación. En las descripciones de Pla predomina un sistema identificable. En primer lugar, el momento en que hace referencia a las cosas y fija sus cualidades, ya se trate del perfil, el color o el gusto. Después viene el momento de desvelar su valor. Donde más destaca la aportación subjetiva es en la adjetivación, que Pla consideraba la tarea más difícil. La preponderancia del adjetivo en la literatura de Pla nunca convenció a Carles Riba, que, en un artículo publicado en 1926 (Clàssics i moderns, Edicions 62, 1979), consideraba que era un escritor nato, pero demasiado fascinado por el lenguaje. Riba explica a la perfección la manera que tiene Pla de describir el paisaje, sus intervenciones subjetivas y su proceso poético. A partir de ahí, no le resulta muy difícil desmontar su realismo, que considera fantasioso. Lo que no supo ver Riba es que resulta un error plantear el problema en el plano de la realidad, porque más bien se trata de una cuestión de pensamiento. Por ello, en lugar de definir el realismo de Pla por el contenido, es mejor invocar la exigencia de criterios formales o estéticos. De una manera diferente, pero con resultados muy similares, lo explicó Gabriel Ferrater en su trabajo sobre el estilo de Pla (Tres prosistes, Empúries, 2010). Ferrater quería enmendar a Joan Fuster, que había escrito que la prosa de Pla funciona mediante recursos coloquiales, y entre líneas también se detecta una crítica a Riba, que consideraba que el tratamiento de la banalidad en Pla era fallido precisamente por la introducción de la subjetividad lírica. En cambio, para Ferrater, tanto una postura como la otra son erróneas porque si de algo era consciente Pla era de las diferencias entre una lengua escrita y una lengua hablada. El gran mérito de Pla, añadía, lo que le convierte en el gran prosista catalán del siglo XX, es saber convertir, a partir de la experiencia directa, el habla en una lengua escrita depurada. Al respecto, hay que anotar que Pla siempre consideró que utilizar el catalán como una lengua culta era dificilísimo porque, como dice en una de las numerosas entradas que escribió sobre literatura en El quadern gris, «es una tierra virgen, un campo arado superficialmente». No es necesario decir que Pla no se encogió de hombros, cuando menos para intentar superar tanto las limitaciones del contexto como la falta de medios de expresión, algo contra lo que sólo hay una solución: escribir hasta conseguir una cierta fluencia, es decir, «dibujar, en una línea y media, el vuelo de un pájaro».
Lo que en realidad molestaba a Riba son las consecuencias que Pla extraía de su manera de escribir. Pla nos muestra el mundo como un espectáculo incierto y distante, y, por mucho que se intente, el lenguaje nunca nos podrá ofrecer una visión exacta del mismo. A partir de ahí, no es de extrañar que se derive hacia una visión escéptica de la vida. Pla no puede evitar hacer expresar a sus personajes su preferencia por las cosas pequeñas y su repulsión por los grandes ideales, incluido el reconocimiento de la mediocridad de cada uno. Eso no le podía gustar a Riba, un escritor cristiano que siempre buscó en la realidad unos referentes trascendentes. Ahora bien, quizá Pla era un desencantado, pero eso no quiere decir que no intentase llegar más allá. Sus descripciones se centran en fragmentos, momentos efímeros o episodios truncados, pero es a partir de estos momentos banales que es capaz de hacer surgir algo más. A modo de ilustración, el veterinario de Carrer estret caminando por lugares habituales de la población y consigue unir las partes del barrio que lo convierten en un conjunto; el urbanita de El campanaret que, a su pesar, debe vivir en el pueblo a causa de una enfermedad, acaba descubriendo el valor de lo rural; el personaje de La herencia llega al velatorio de su tía, a quien apenas conocía, y no puede evitar conmoverse, pero no por la muerte en sí, sino por todo lo que de insoportable rige la vida; o en Nocturn de primavera hay una descripción de un cielo nocturno estrellado tan fascinante que el personaje se siente literalmente abrumado. Es verdad que las descripciones de Pla anulan todas las tensiones, desde la lucha de clases hasta el choque entre las culturas catalana y castellana, por lo que tampoco gustaba a los críticos marxistas, que denunciaban a sus personajes y a él mismo como demasiado pasivos y negativos. Ahora bien, con su literatura de la observación Pla consiguió mostrar las fuerzas de desintegración que afectan tanto al mundo rural como al burgués, y también las enormes transformaciones que caracterizan a la época contemporánea. La fórmula de Pla consiste en hacer ver el abismo que existe entre el paisaje, que, a pesar de todo, permite la fantasía, y la realidad histórica que se niega a verbalizar. De esta manera consigue aislar lo que él considera el problema fundamental y afrontar sin ningún subterfugio su posicionamiento vital.

Colofón. Cuando explicaba su proyecto de escribir una serie de libros sobre la gente del país, Josep Pla no hablaba de novelas, sino de libros. Y si se han leído sus reportajes o diarios, puede comprobarse que no hay una diferencia clara con las obras narrativas. Todo forma parte de la obra de Pla, del mismo modo que su voz y su manera de adjetivar son tan potentes que no importa si habla él en primera persona o en boca de un personaje. Riba también critica que Pla confunde la creación y la información, es decir, el ejercicio de narrador con el de periodista. Pese a sus reproches, reconoce que prefiere al Pla narrador, porque un periodista que escribe de una manera poética no es muy serio. Y es evidente que no le falta razón. Pero también resulta difícil creer que El quadern Gris, con sus ochocientas páginas, sea el diario de un joven de veintiún años y no la obra de toda una vida. Como ya hemos visto, no podemos esperar de Pla que haga trabajos periodísticos o sociológicos convencionales. Su objetivo es describir la personalidad de Catalunya y de su gente de una manera cualitativa, dotarlos de individualidad y diferenciarlos de las otras culturas. Esta es una definición de literatura, de la literatura de Josep Pla.

© Fèlix Edo Tena