CLIENTE: Esos libros son una estupidez, ¿verdad?
LIBRERO: ¿Cuáles?
CLIENTE: Me refiero a esas fábulas de animales en que el gato y el ratón son grandes amigos.
LIBRERO: Supongo que son poco realistas, pero la ficción es así.
CLIENTE: No, no es que sean poco realistas, es que son estúpidos.
LIBRERO: Bueno… los autores usan esos recursos para enseñar a los niños que deben aceptar a todo tipo de gente, ¿no le parece?
CLIENTE: Tal vez, pero yo creo que los libros no deberían fingir que las personas congenian con cualquiera así como así, que todo es coser y cantar. Los niños deberían aprender que la vida es una mierda, y cuanto antes mejor.(Jen Campbell. Cosas raras que se oyen en las librerías)
Cojamos una obra literaria cualquiera. No importa lo adulta que parezca. Da igual que sea Los Viajes de Gulliver o Bajo el Volcán. El mismísimo Ulises, si queremos. O Las flores del mal. Una vez elegida, dejémosla en manos de un comité de censura debidamente puesto al día. Junto al cura y el militar de toda la vida, que haya también representantes de todos los colectivos de la corrección política. Sí, tienden al infinito, pero hagamos un esfuerzo para que nadie se sienta discriminado. Dejemos que corten todo lo que les parezca reprobable, que reescriban todo lo que les parezca erróneo, abyecto, confuso, ofensivo o inmoral. Y después, dejemos que eliminen todo lo que, simplemente, no entienden. Quedará un libro para niños de lo más apañado. Así se han hecho cientos de adaptaciones de clásicos. Y la mayor parte de la porrada de libros infantiles y juveniles que circulan por ahí no son algo muy diferente, obras artificiosas y mendaces urdidas por moralistas convencidos de su alta misión redentora. Aclaremos que hay excepciones que escapan a ese diagnóstico y ponen en entredicho la pertinencia de este criterio clasificatorio, y que tampoco nos referimos al libro abierta y honestamente pedagógico, como silabarios, catones y libros de aritmética, sino a esa literatura segmentada según tramos de edad, supuestamente ajustada a los niveles de raciocinio, comprensión lectora y madurez emocional que, supuestamente también, corresponden a cada uno de esos tramos y que, con la excusa de abrir a los niños las puertas del conocimiento, colonizan a conciencia las vírgenes praderas que hay detrás de sus ojos.